“..un ordenador puede ser una cosa totalmente distinta, según el software que le introduzcamos. Esto de por sí es revolucionario, veremos por qué.”
Dejaba esta “coletilla” abierta en mi anterior mensaje y lo cierto es que da para uno o varios libros…
Hasta la invención del ordenador o computadora, los inventos mecánicos estaban enfocados a una determinada función, sin ella la máquina no tenía sentido, no servía para nada más. De hecho el propio ordenador fue destinado inicialmente a computar el censo norteamericano y nada más.
Pronto se descubriría la versatilidad de una máquina, que simplemente con cambiar las instrucciones podía cambiar completamente de función.
Es esa versatilidad la que ha convertido a los ordenadores en imprescindibles en la sociedad actual, prácticamente no se encuentra negocio o actividad relevante que no sea gestionada o auxiliada por un ordenador.
Aparte de las implicaciones tecnológicas de esta diferencia mecánica, me fascina el paralelismo biológico, los chips de silicio de los ordenadores equivalen funcionalmente a las células madre humanas, que en sí mismas contienen toda la información potencial para devenir en un brazo, un ojo, tejido cerebral o mil órganos diferentes y todos ellos nacen de una misma célula madre, ¿qué hace que esta se convierta en una cosa u otra?, el “software”, es decir las instrucciones, el mismo mecanismo que permite que nuestro ordenador sea un laboratorio fotográfico o un eficiente contable o una sala de cine. Un soporte de almacenamiento de datos y un plan de trabajo.
Un razonamiento así, nos puede llevar a plantearnos que lo que nos diferencia a un ser humano de otro es el “software”, pues el material genético es el mismo.
Recientemente estuve visionando un DVD sobre meditación yóguica, la persona que explicaba los conceptos clave acerca de esta práctica, ponía como ejemplo esto mismo, que para ser una persona diferente, era como cambiar el software. En este caso, se refería a cambiar ciertos hábitos estresantes y se refería a la forma cómo “digerimos” los acontecimientos, las relaciones sociales, los problemas, las tensiones, etc. Cambiando el “software” por uno más adaptado seríamos capaces de “reprogramar” positivamente nuestra conducta. Bien, no lo decía con estas palabras; según quién lea esto, le puede sonar a lobotomización y no se trata de eso, me explico, se trata de lo que algunos “gurús” de los negocios se refieren como un proceso de desaprendizaje, derribar el edificio de las convenciones aprendidas, cuestionarlo todo y volver a empezar a aprender; ayer 21 de marzo había un interesantísimo artículo en LA VANGUARDIA (la contra), que desde otro ángulo se refería a ello, se titula “Ame usted más la verdad que a sí mismo”.
A veces es más fácil comprender cómo funcionan mecanismos complejos, contemplando el funcionamiento de mecanismos más sencillos, como los de base silicio. ¿Han pensado alguna vez que el cáncer puede ser más un fallo del propio “software” celular que un problema externo?
Hasta la próxima...
Dejaba esta “coletilla” abierta en mi anterior mensaje y lo cierto es que da para uno o varios libros…
Hasta la invención del ordenador o computadora, los inventos mecánicos estaban enfocados a una determinada función, sin ella la máquina no tenía sentido, no servía para nada más. De hecho el propio ordenador fue destinado inicialmente a computar el censo norteamericano y nada más.
Pronto se descubriría la versatilidad de una máquina, que simplemente con cambiar las instrucciones podía cambiar completamente de función.
Es esa versatilidad la que ha convertido a los ordenadores en imprescindibles en la sociedad actual, prácticamente no se encuentra negocio o actividad relevante que no sea gestionada o auxiliada por un ordenador.
Aparte de las implicaciones tecnológicas de esta diferencia mecánica, me fascina el paralelismo biológico, los chips de silicio de los ordenadores equivalen funcionalmente a las células madre humanas, que en sí mismas contienen toda la información potencial para devenir en un brazo, un ojo, tejido cerebral o mil órganos diferentes y todos ellos nacen de una misma célula madre, ¿qué hace que esta se convierta en una cosa u otra?, el “software”, es decir las instrucciones, el mismo mecanismo que permite que nuestro ordenador sea un laboratorio fotográfico o un eficiente contable o una sala de cine. Un soporte de almacenamiento de datos y un plan de trabajo.
Un razonamiento así, nos puede llevar a plantearnos que lo que nos diferencia a un ser humano de otro es el “software”, pues el material genético es el mismo.
Recientemente estuve visionando un DVD sobre meditación yóguica, la persona que explicaba los conceptos clave acerca de esta práctica, ponía como ejemplo esto mismo, que para ser una persona diferente, era como cambiar el software. En este caso, se refería a cambiar ciertos hábitos estresantes y se refería a la forma cómo “digerimos” los acontecimientos, las relaciones sociales, los problemas, las tensiones, etc. Cambiando el “software” por uno más adaptado seríamos capaces de “reprogramar” positivamente nuestra conducta. Bien, no lo decía con estas palabras; según quién lea esto, le puede sonar a lobotomización y no se trata de eso, me explico, se trata de lo que algunos “gurús” de los negocios se refieren como un proceso de desaprendizaje, derribar el edificio de las convenciones aprendidas, cuestionarlo todo y volver a empezar a aprender; ayer 21 de marzo había un interesantísimo artículo en LA VANGUARDIA (la contra), que desde otro ángulo se refería a ello, se titula “Ame usted más la verdad que a sí mismo”.
A veces es más fácil comprender cómo funcionan mecanismos complejos, contemplando el funcionamiento de mecanismos más sencillos, como los de base silicio. ¿Han pensado alguna vez que el cáncer puede ser más un fallo del propio “software” celular que un problema externo?
Hasta la próxima...